miércoles, mayo 08, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (16): El Gran Proyecto Ruso

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

    



Poca gente puede decir que superó la tortura. Hay, eso sí, casos como el del militar Alexander Vasilievitch Gorbatov. Pasó cuatro días en la Lubianka, tras lo cual le dieron papel y bolígrafo para que confesase sus crímenes por escrito. Pero se negó. Lo trasladaron a Lefortovo. Lo torturaron cinco veces, todas las cuales terminó literalmente bañado en sangre. Luego recibió otras cinco sesiones. Y una tercera serie, en la que el comandante deseó su muerte, pero no confesó. Finalmente, lo condenaron a quince años sin haber confesado. En 1941 lo sacaron de los campos de Kolyma. Lo recibió el mariscal Semion Konstantinovitch Timoshenko, quien le restituyó el rango a cambio de que estuviese callado.

Tras haber confesado, el detenido tenía que nombrar al menos una persona que le hubiese introducido en la práctica e, idealmente, muchas más. Si se negaba, vuelta la mula al trigo. La mayoría de las personas trataban de denunciar a gente que ya supieran detenida. Un sacerdote armenio denunció, de memoria, la lista de las personas que había enterrado en los tres años anteriores. Otros tomaron la estrategia de “híper denunciar” para convertir su caso en algo absurdo pues, de seguirse sus palabras, el sistema colapsaría. Es el caso de un médico de Jarkov, en Ucrania, que denunció a toda la clase médica de la ciudad, sin excepciones. Hasta la NKVD acabó por darse cuenta de que no podía dejar una ciudad sin médicos.

Muchos historiadores han estimado que, a finales de 1938, la NKVD disponía de dosieres de prácticamente cada ciudadano adulto de la URSS. Todo el mundo, literalmente, había sido denunciado alguna vez por alguien de algo. Los arrestados durante el terror fueron entre cuatro millones y medio y cinco millones de personas, de los cuales entre 800.000 y 900.000 fueron ejecutados. Eso, lógicamente, no tiene en cuenta los centenares de miles que, enviados a campos de trabajo forzado, nunca regresaron de sus condenas. Las condiciones de trabajo, extenuantes, las raciones de comida liliputienses, y los fusilamientos masivos que de cuando en cuando ejecutaba la NKVD, establecieron la esperanza de vida media en el Gulag en seis meses.

El 7 de noviembre de 1937 se celebró el veinte aniversario de la revolución rusa. Se celebró con una ceremonia el 6 por la tarde en el Bolshoi, en la que estuvo el Politburo, otros dirigentes del Partido y otros del comunismo internacional. Otro elemento importante del aniversario fue el comienzo de la difusión de un libro, Breve curso de Historia de la URSS. Lo editó Andrei Vasilievitch Shestakov, y sólo su primera edición fue de cinco millones de ejemplares. El libro era la guinda de un pastel que Stalin llevaba más de diez años horneando: la concepción de la URSS como el último estadio en la Historia de Rusia hacia el liderazgo mundial. Stalin, gran admirador de los principales zares de la Historia rusa, se identificaba de esta manera con ellos.

El libro tiene 216 páginas, de las cuales un tercio, en realidad, está dedicado a la Historia anterior a la URSS, muy especialmente Iván Grozny, o si lo preferís Iván IV Valisievitch, aunque los íntimos lo conoceréis mejor como Iván el Terrible. La lucha de Iván contra los boyardos, que en este esquema hacían las veces de la burguesía, le era muy querida al secretario general.

Si el dominio total de las instituciones políticas del Partido, es decir el borrado del poder de toda una generación de leninistas directos (porque habían trabajado con Lenin) fue el gran proyecto del XII Congreso, el segundo fue borrar de la faz de la Historia a esos mismos hombres que una vez habían sido camaradas y estrechos colaboradores del Gran Maestro. Así fue como se planificó este libro de gran éxito editorial en la URSS (nos ha jodido), el Breve curso de Historia de la URSS. Libro que se convirtió en Historia de la URSS: breve curso, una edición ya directamente controlada por Stalin con su lápiz rojo.

El Curso Breve se convirtió en el Mein Kampf de la URSS. Todo comunista de cierto fuste debía de haberlo leído, varias veces de hecho. Se leía en las universidades y lo tenía que conocer todo el profesorado. Más que un libro descriptivo, el Curso breve es una especie de descripción de varios axiomas históricos estalinistas, como que la revolución fue liderada por Lenin y Stalin a pachas. Se publicó bajo la admonición, explicada por el propio Stalin, de que la función del libro era rellenar el espacio hasta entonces vacío existente entre el marxismo y el leninismo.

En una conversación informal con los líderes de la Komintern el 8 de noviembre, en el marco de las celebraciones de la revolución, Stalin lo dejó bien claro. Nunca se publicaron actas de este encuentro, pero hubo quien lo recordaría con el tiempo. Stalin dijo entonces que la URSS había conseguido, por fin, unificar a todas las nacionalidades que forman parte del dominio ruso; pero dejó claro que esa unificación se produciría bajo el liderazgo indiscutido de la propia Rusia. Luego habló del eterno tema de los enemigos interiores que querían sabotear el proyecto, y los acusó de querer ceder Ucrania a Alemania; Leningrado, Bakú, la Transcaucasia, el Cáucaso, Turkmenistán y Uzbekistán a los ingleses; las regiones más al este a los japoneses; y Crimea, Mar Negro y el Dombás a los franceses.

El secretario general sabía de lo que hablaba. La nueva Constitución, aunque formalmente era súper comprensiva con las nacionalidades, dibujaba, sin embargo, un Estado rabiosamente centralista. Por ejemplo, cercenó el derecho que hasta entonces habían tenido las repúblicas de tener códigos penal y civil propios, así como su propia legislación judicial. La nueva carta magna, asimismo, otorgó a los comisariados de la Unión poderes totales en materia de asuntos exteriores, defensa, comercio, ferrocarril, comunicación fluvial, comunicación, e industria pesada y de defensa. Otras industrias eran teóricamente gestionadas por comisariados conjuntos unión-república que, en la práctica, eran gestionados por Moscú. Los únicos ámbitos en los que los comisariados locales tenían verdadero poder eran la educación, la industria local y la seguridad social. A esto hay que unir que las purgas generalizaron la práctica de sustituir a los purgados locales con dirigentes rusos.

En las purgas, las dos repúblicas más occidentales de la URSS: Ucrania y Bielorrusia, perdieron a su clase política local, a sus catedráticos e intelectuales. En Ucrania, el Terror operó como una auténtica apisonadora desde la caída de Postyshev. Sólo ese año, 150.000 dirigentes ucranianos fueron arrestados. Kosior, que ni siquiera era ucraniano (era polaco) fue transferido desde el Partido en Ucrania a un puesto en Moscú y, poco después, arrestado. Con el único, extraño e inexplicable caso de Grigori Ivanovitch Petrovsky, a quien se le permitió ser director del Museo de la Revolución en Moscú, abandonar la política y cascar en la cama en 1958, el gesto del Politburo ucraniano de resistirse a las instrucciones de Stalin provocó su total desaparición. Eso incluye a Kosior, Nikolai Fiodorovitch Gikalo, Panas Petrovitch Lyubchenko, Volidimir Petrovitch Zatonsky, S. Kudriatsev, Mendel Markovitch Khataevitch y N. Popov. Vlas Chubar, el líder comunista ucraniano, fue removido a un puesto menor en el extrarradio de la Unión y, allí, fue arrestado y asesinado.

En Bielorrusia la cosa no fue muy distinta. Durante el proceso de comprobación de documentos de 1935 ya había sido expulsada más o menos la mitad del Partido, ya que Malenkov y Yezhov dijeron haber descubierto una gran conspiración en el Partido bielorruso. Nikolay Matveyevitch Goloded, el líder comunista local, cuestionó estas afirmaciones en un Pleno del Comité Central bielorruso, lo cual le ganó un puesto en las celdas de la NKVD local. Entonces Malenkov fue enviado a Minsk e, inmediatamente, toda la elite política comunista local comenzó a desaparecer. Vasili Fomich Sharangovich, primer secretario general del Comité Central bielorruso, optó por colaborar con la gente de Moscú y se dedicó a denunciar a sus compañeros; pero con eso lo único que consiguió fue aplazar su propio arresto unos meses; de hecho, fue uno de los acusados en el tercer gran juicio que siguió al de los dieciséis y a la caída de Bukharin y Rykov. Así las cosas, Alexander Grigorievith Cherviakov, fundador de la república de Bielorrusia y presidente de la misma, se pegó un tiro. Todos fueron sustituidos por rusos.

En Transcaucasia, obviamente, el jefe de las purgas fue Beria. Antes de los juicios, ya unos 13.000 militantes comunistas georgianos, uno de cada cuatro, habían sido expulsados. Durante el Terror, el objetivo fueron los altos dirigentes, que habían sobrevivido al proceso anterior en su gran mayoría. De los 644 delegados del Congreso del Partido en Georgia celebrado en mayo de 1937, 425 habían desaparecido de la circulación en 1939. O 19 de los 27 delegados que envió Georgia al XVII Congreso. Obviamente, el ejecutado más sobresaliente fue Yenukidze. Pero también cabe citar a Iván, normalmente citado como Mamia, Dimitrievitch Orakhelashvili, que era un viejo oponente de Stalin; Policarp, normalmente conocido como Budu, Gurgenovitch Mdivani, que no se libró ni siendo el hermano de la primera mujer de Stalin; Alexander, más conocido como Alyosha Semionovitch Svanidze; o el ya citado hermano de Ordzonikhidze, Papulia. Beria hubiese querido cargarse también al presidente de la república, Filipp Yeseyevitch Makharadze; pero por alguna razón Stalin no le dejó.

Georgia es, con gran diferencia, el territorio soviético donde la actuación de la policía política fue más violenta. A Orakhelashvili, por ejemplo, le arrancaron los ojos y le perforaron los tímpanos, además, delante de su mujer. Nestor Apolonovitch Lakoba, el líder comunista de Abjazia, fue probablemente envenenado por orden de Beria como ya hemos visto, enterrado con todos los honores; pero su sepultura fue abierta en 1937 y sus restos execrados. Luego, su mujer fue torturada hasta la muerte, en algunas de cuyas sesiones el hijo de ambos, de catorce años de edad, fue obligado a asistir. La NKVD quería que ella confesara por escrito que Lakoba había intentado venderle Abjazia a Turquía. El hijo de ambos fue enviado a un campo de trabajo junto a tres de sus amigos. Los cuatro escribieron tras algún tiempo a Beria para solicitar su liberación para poder seguir sus estudios. Beria ordenó que fuesen trasladados a Tibilisi y asesinados.

En Armenia, el Terror cogió momento en septiembre de 1937 cuando Malenkov llegó a Erevan, acompañado de Beria y Mikoyan. Menudos tres. El Partido Comunista de Armenia preparaba un Comité Central. En un mes, más de 1.000 personas fueron arrestadas, sólo en Erevan. No se libró ni Sahak Mirzayi Ter-Gabrielyan, el líder comunista local, que fue sometido a tortura y, después de ello, colgado desde una ventana hasta su muerte. Las prisiones armenias pronto se quedaron pequeñas, y los detenidos hubieron de ser hacinados en los sótanos de los edificios oficiales. El Politburo armenio perdió siete de sus nueve miembros. Ni uno solo de los 56 miembros del Comité Central en representación de la ciudad de Erevan pudo presentarse a la reelección en 1938. Por supuesto, los armenios perdieron el derecho a ser gobernados por armenios; el nuevo secretario general sería un ruso.

En Azerbayán el primer secretario general era Mir Dzhafar Bagirov, que había sido jefe de la Cheka de Transcaucasia y era, de hecho, un viejo colega de Beria. Cuando Stalin ordenó las purgas, las llevó a cabo con una brutalidad extrema. Su celo provocó en Azerbayán una auténtica plaga de cartas en las que todos denunciaban a todos. En la principal república musulmana de Asia Central, Uzbekistán, las purgas convirtieron en enemigos del pueblo a dos de sus figuras más señeras: su primer secretario, Akmal Ikramovitch Ikramov; y el líder del Partido, Fayzulla Ubaydullayevitch Khodzhayev. Tanto en Uzbekistán como Tayikistán, Turkmenistán, Kirguizistán y Kazajstán, los líderes locales fueron sustituidos por rusos. La razón de ser de esto tiene que ver con el hecho de que todos estos comunistas locales que, en realidad, como comunistas que eran, rechazaban los puntos de vista nacionalistas, pues eran internacionalistas, fueron acusados de dirigir conspiraciones nacionales contra el comunismo. En coherencia con las acusaciones, pues, todos los partidos comunistas locales, o casi todos, pasaron a estar dirigidos por rusos. Eso, claro, y que los partidos comunistas locales se quedaron, obviamente, sin banquillo.

En los años veinte, por otra parte, muchas partes de estas repúblicas que estaban habitadas mayoritariamente por etnias que resultaban ser minoritarias en sus repúblicas recibieron el derecho a ser regiones autónomas, en las cuales, entre otras cosas, sus lenguas particulares eran tratadas en igualdad con el ruso. Sin embargo, todo este proceso experimentó una reversión radical cuando los líderes comunistas de estas minorías fueron acusados de conspiradores nacionalistas con apoyos burgueses. Esto ocurrió, por ejemplo, en la república autónoma de Karelia, cuyos líderes fueron acusados de pretender la cesión del territorio a los “fascistas finlandeses”; o el de la región autónoma judía de Birobidzhan, que hacía frontera con Manchukuo. Allí, los 19.000 judíos, algo menos de un tercio de la población, utilizaban el yiddish, que tenía el mismo estatus que el ruso. El presidente de la región, Joseph Liberberg, fue purgado en 1937, como lo fue su secretario general, Matvei Khavkin. Inmediatamente después de estas purgas comenzó la rusificación de la URSS, a base de romper la norma de respetar otras lenguas en igualdad con el ruso e, incluso, imponer el alfabeto cirílico en lenguas que no lo usaban. Una víctima fundamental de ese proceso habrían de ser los judíos; Stalin promovió una nueva ola de antisemitismo que provocó el cierre de academias y departamentos de yiddish, sobre todo en Bielorrusia y Ucrania. En la elite comunista de Bielorrusia no quedó ni un judío y, en Ucrania, sólo dos de los 304 miembros del Soviet Supremo eran hebreos. En la elite del poder, sólo Kaganovitch, Mehklis y Litvinov sobrevivieron al tsunami antisemita.

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